Cuando nuestro cuerpo siente que hay un peligro físico inminente (un dolor causado por un estímulo como el fuego, o la presión excesiva, o un ataque de una sustancia química, o un daño en los tejidos…) el dolor es una respuesta fabulosa que nos informa del peligro que existe para nuestra integridad.
«Esta respuesta nos lleva a cambiar las condiciones para que algo cambie y cese esta situación aversiva»
Pero a veces, la sensación de dolor sigue presente aunque haya o no haya daño en los tejidos, o haya cesado aquella situación que originariamente lo produjo. A este dolor, cuya duración se puede extender a lo largo de años incluso, se le denomina dolor crónico.
Las repercusiones de padecer dolor crónico implican a varias áreas de la persona: reduciendo la actividad física, laboral, doméstica, aparición de emociones tales como el miedo, la ansiedad, ira, soledad, reducción de actividades sociales, siendo el aislamiento una consecuencia evidente… y aparición de problemas de atención, memoria y pensamientos del estilo de la catastrofización.
Los factores psicológicos suelen ser importantes tanto en la aparición del dolor crónico como en su mantenimiento.
«Así, los pensamientos, las emociones y las conductas pueden modificar la experiencia de dolor aumentándolo o reduciéndolo.»
Así, cada vez más, se están poniendo en marcha, con resultados muy relevantes abordajes psicológicos para el dolor crónico, sobre todo tratamientos basados en Mindfulness y la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT)